Ayer se levantó un considerable humo que partió de las afueras, de unas naves de reciclaje, y penetró en la ciudad justo cuando iba a comenzar el Córdoba-Alcorcón. Tras las surrealistas vivencias ocurridas en el postpartido de Valladolid, con la reunión en el palco del José Zorrilla y la confirmación en el autobús del equipo de la continuidad de Carrión, la semana siguió encendiéndose con las declaraciones de Javi Lara en referencia a la prensa y la afición. El humo de ayer, desde luego, no podía ser más simbólico.

Los más supersticiosos y el club de los paranoicos ya se echaban a temblar con lo que el futuro del partido depararía tras aquel mal agüero de la negra humareda que comenzaba a monopolizar el cielo de la ciudad cordobesa. Desde luego, en los primeros 51 minutos así fue, y el incendio del Córdoba seguía cobrándose víctimas y mermando el estado anímico de la afición blanquiverde.

EL INCENDIO SE ACERCABA

Se escuchaban a ratos los ya tradicionales «González vete ya», aderezados por algún «directiva dimisión», epílogo del abucheo que Luis Carrión se llevó justo antes de comenzar el partido, cuando su nombre sonó por megafonía. Sonaba tan vieja esta canción que tuvo que saltar al césped el máximo propietario, Carlos González, equipado con el apagafuegos que supone que el dueño de una entidad abrace delante de todas las cámaras al cuestionado entrenador. Como queriendo añadir que aunque el incendio abrasase hasta las últimas entrañas de El Arcángel, Carrión iba a seguir siendo el técnico del Córdoba una semana más.

Pero era el minuto 51 y los ánimos estaban caldeados. La falta de gol en la primera parte había encendido a la grada, y los primeros silbidos salían a relucir a pesar de la intensidad mostrada por los jugadores. Dijimos en la previa que solo los futbolistas podían transformar los pitos, consecuencia de las goleadas sufridas en Granada y Valladolid, en goles.

EL HURACÁN MARKOVIC

Y así ocurrió. El huracán Markovic, siempre anárquico e imprevisible, tocó tierra en el minuto 52 para batir al meta Casto (de infausto recuerdo por cierto, y cuya actuación acabó con un broche que sacó a relucir las irónicas sonrisas de más de uno en la grada, cuando no la carcajada de los más maquiavélicos). El mediapunta serbio, que había marcado al Cádiz en Liga y anotado otros dos tantos en Copa, volvía a demostrar que es el único centrocampista con llegada y definición del equipo. Su gesto, acercándose hasta el banquillo para abrazar a Luis Carrión, denotaba que no solo la propiedad quería despejar la humareda, sino que la plantilla, tras la mala imagen de Pucela, estaba con el entrenador y se ponía el mono de trabajo para extinguir el incendio.

Y pronto se unieron a la fiesta Jovanovic y Sergi Guardiola. El primero con una asistencia acabada en gol en propia tras tocar en la pierna de Hugo Álvarez. Y el murciano, tras una carrera a la contra para finalizar con presteza y poner la sentencia. Al finalizar el partido, no obstante, el incendio, ya perimetrado, había dejado un rastro de niebla sucia alrededor de la ciudad. Ya no asustaba, eran simplemente los restos de lo sucedido, el rastro de lo ya pasado, el recuerdo de que, pese a la victoria, con solo nueve puntos este Córdoba está decimoséptimo, a uno solo del descenso y lejos de estar en una situación desahogada.

Pero lo más grave se evitó, la destitución de Carrión se queda en stand-by, y la afición puede dormir tranquila, que ya tocaba, para iniciar una semana de trabajo sin el pinchazo en el estómago de recordar el último partido de los blanquiverdes. Ya era hora de que llegase el descanso a la casa del pobre...