Una concentración de pretemporada de un equipo siempre es sinónimo de tranquilidad y de orden. Poco que hacer en el hotel, horarios medidos al segundo y control absoluto de todos los detalles. Pero, al igual que la preparación de cada equipo difiere en función de su entrenador y preparadores, este verano parece cambiar eso. Carrión bromea constantemente con sus futbolistas y cuerpo técnico. Si alguno de los últimos hace algo y los demás se lo afean, siempre con sonrisas, el técnico pregunta: «¿Le regaño?», para luego avisar de que el infractor «no está bajo mi mando».

Es un verano diferente, al menos, en los pequeños detalles. Si la sesión está señalada a una hora, en realidad puede arrancar unos minutos después. Ya habrá tiempo para cumplir horarios de manera espartana durante 10 meses. Hasta Kieszek, que debe ejercitarse aparte por sus problemas en la mano derecha, finaliza sus ejercicios con una banda elástica en las piernas marcándose unos pasos de baile, provocando la risa de Javier Poveda. El técnico blanquiverde reparte palo y zanahoria. La segunda ya se ha comentado. El primero, por ejemplo, llegó en la sesión vespertina del jueves, cuando tuvo que insistir, enfadado, cuando el ejercicio ordenado no se realizaba como él entendía que debía hacerse: «Esto no, esto es una m...», se le oyó exclamar enfadado.

Pero es una excepción entre tanta tranquilidad. Quizás tenga que ver el entorno elegido. Benahavís es la tranquilidad hecha urbe. Una pequeña localidad de poco más de 7.000 habitantes en la que es difícil oír un ruido o música estridente saliendo a la calle desde algún lugar de copas. Porque de éstos, pocos. El Long Time y pare usted de contar. Salvo que te toque un vecino con un loro que todas las mañanas grita «nena» a cada mujer que pasa por la calle. Pero hasta eso se hace llevadero por el entorno.

Por cierto, del supuesto hongo que afectó a los campos del hotel de concentración del Córdoba, ni rastro. Las malas lenguas de algunos de los lugareños apuntan a que el hotel era «demasiado poco» para el entrenador del Málaga, «acostumbrado a sitios de gran lujo».

Además, Benahavís tiene la ventaja de que, si bien durante la semana las angostas calles se encuentran repletas de veladores y personal, cuando llega el fin de semana es lo más parecido a un «pueblo fantasma», según comenta algún turista recién llegado y desconocedor de cómo se vive en Benahavís.

Tiene fama el pueblo de ser un lugar en el que se come bien. Fama bien ganada. Lo más curioso es que la mayoría de los establecimientos de hostelería están regentados por extranjeros que eligieron este lugar bañado por tres ríos como su residencia, especialmente ingleses e italianos, a los que no asustaron las empinadas calles de Benahavís, algunas de ellas con un desnivel superior al 20%, lo que provoca que tras quebrar alguna esquina se encuentre uno sorpresivamente con una preciosa vista de la serranía, a modo de mirador natural urbano. De hecho, algunas de las calles, paralelas aunque con un desnivel más que llamativo, están conectadas por escaleras, algunas de ellas de hasta siete tramos, para evitar que sufran los cuádriceps. Con la nota llamativa de un jerezano que atiende un italiano en un lugar tomado por extranjeros, la gastronomía no defrauda, aunque presente algunas peculiaridades. En la misma página se puede encontrar una ensalada de lubina o una albóndigas caseras. Y lo mejor: una ensalada césar, justo por delante de un plato de patatas bravas y chorizo, un menú que dejaría el cuerpo para caer cuesta abajo por alguna de sus calles.

Eso sí, esa peculiaridad lleva a que en algún letrero se pueda adivinar que el propietario no es, precisamente, malagueño, cuando anuncia en el menú «cordobés salmorejo».