Arrastra las zapatillas de casa por el bar y no oye bien. En la barra aún mantiene los escudos del Valencia y el Córdoba, anunciando el partido de la semana pasada.

-- Vamos a quedar a las ocho, que luego es difícil coger sitio.

Cero personas. Hay cero personas en el bar.

-- ¿Pero luego vendrá más gente, no?

-- Ya solo vienen para el Madrid.

-- Dos quintos, por favor.

Hay más aceitunas que en cualquier sitio normal, y se agradece, pero los quintos no son quintos, sino dos copas de vino. El vino no es rancio, se bebe, pero es peligroso, recuerda a un bar de carretera.

-- Bueno, va con la decadencia del lugar.

En el minuto cuatro entra la primera persona, se sienta, pide un tercio, le traen un tercio y despotrica. Todo le parece mal y solo se acuerda de cuando estaba Jémez en el Córdoba.

Nadie más llega, ni siquiera los que se esperaban.

-- No quiero que la gata esté mucho sola; la noto tristona.

Cuesta creer esto, un viernes por la noche así, solos en un bar, con tanto que hacer ahí fuera. Las raciones cuestan dos euros y medio y los pinchitos da igual porque están buenísimos, con un poco de pan. La grasa cayendo en la miga del pan es lo más destacable del primer tiempo. El cartel del ascenso a Primera, colgado con chinchetas de la pared, está a punto de caerse.

-- Vamos a cambiar de bar.

Cinco televisores y terraza. Aquí hay 'uys' y un poco más de ambiente, pero tampoco mucho y son más los que hablan entre sí que los que miran al televisor. Hay frases que apuntar.

-- ¿Pero cómo va a ganar el Córdoba, si se ha dejado a medio equipo fuera?

La muchacha va muy maquillada, pero solo habla de oídas. Puro chismorreo, es para lo que ha quedado este equipo.

En este bar llueve las críticas: Por tener tantos cedidos, por tener un campo que ha costado más que el del Espanyol pero que parece del siglo pasado, por no gastar un duro en fichajes, por la falta de compromiso. La gente ni siquiera se pone de pie.

-- Este equipo huele a muerto.

La apatía. Los jugadores parecen tristes, o al menos se quedan con las manos en las rodillas al acabar el partido. Los pocos que miraban han dejado de mirar porque el Córdoba ya no alimenta. Francis paga la mesa entera mientras recuerda que el sábado tiene boda, pero que como mucho beberá dos cubatas porque el domingo tiene partido y ahora que van segundos no quiere fastidiarla. Tiene 31 años y hace 120 kilómetros para llegar hasta Cardeña a entrenar.

-- Yo no tengo calidad, pero sí compromiso.

Y mira con asco el televisor, negando con la cabeza; ahí siguen los futbolistas, sí que parecen tristes, pero Francis ya no se lo cree, no cree en la salvación.

Son las once de este viernes tan apacible y las primeras ambulancias ya suenan por la ciudad. El bar comienza a llenarse.