El destino, los astros o, simplemente el fútbol, le dio otra oportunidad. Un club regresaba a Primera más de cuatro décadas después y la vida le daba la opción de volver a empezar. De hacer borrón y cuenta nueva. De escribir un digno capítulo de su historia. De poder reconciliarse con él mismo, con su afición, con su ciudad, con sus futuros seguidores, incluso.

No es fácil asimilar el éxito aunque uno represente una minúscula parte de él, no más. Si antes la existencia del director deportivo no fue fácil precisamente, a partir de entonces, menos. Cegado por un entrenador que hablaba incluso de puestos de Europa League, ese verano el club fue todo un festín... Aunque sólo para algunos. Llegaron jugadores sin ton ni son. No se sabía muy bien cuál era el plan de juego. Qué más da, estamos en Primera, el teléfono echa humo, tengo que atenderlo. Las llamadas de los agentes tañían como los picos de los buitres contra el hueso de la pieza muerta. Mientras, el director deportivo y varios empleados del club asistían atónitos a la orgía veraniega, preparada como si sólo uno hubiera ascendido. Llegaron, por supuesto, no pocos futbolistas representados por el agente más cercano al propietario y otros que, para terminar por recalar en el club, tenían que pasar por él. Todo valía. Excepto el límite de gasto y no el impuesto por la patronal, precisamente. Desde aquel día de finales de junio, algunos fueron apartados y otros, no pocos, fueron apartándose viendo la que se avecinaba, pero daba igual. Estamos en Primera. Hay que hacerlo todo a lo grande. El chute de aquel día de finales de junio duró todo julio y gran parte de agosto. Justo hasta el debut, que también los astros habían señalado que sería en uno de los estadios más célebres a nivel internacional. Un guiño del destino, sin duda, pensaría el propietario. El bajonazo fue histórico. De soñar que todos los medios alabarían al recién llegado al ¿qué hemos hecho? Mejor, ¿qué me habéis hecho? Porque la responsabilidad nunca es de uno. Así que, en ese momento, sí. Con apenas cinco días para que se cerrara el mercado de fichajes había que llamar a Pedro como Penélope a Almodóvar en la gala de los Oscar. Y en cinco días llegaron los que pudieron llegar. Al menos uno dio goles. Parecía que se había aprendido la lección cuando en enero se le dio de nuevo toda la potestad al director deportivo. A finales de enero, dos puntos sobre la salvación. Pero el vestuario no estaba controlado por el que siempre lo ha controlado. ¿En Primera y con la caseta sin hacerme caso? ¿Para qué estoy yo aquí entonces? Había que empujar al entrenador a la sanción, había que pregonar el castigo, había que romper el vestuario, en definitiva. Y dejarlo todo con el argumento pueril de «cedidos contra los que sienten los colores». Y, por supuesto, no dejar rastro de la intervención.

Lo que fácil llega, fácil se va. Quizás por eso o también por la legendaria flor, la siguiente temporada ofreció una nueva oportunidad. Pero ¿qué valor se da a lo que simplemente te cae en las manos? No se podían romper algunos contratos y, por lo tanto, había que adaptar todo a esos compromisos ineludibles. Se pasó de fichar sin ton ni son a componer una especie de Frankenstein futbolístico en el que una parte del equipo estropeaba lo que otra hacía. ¿Defensa? Al ataque, como cuando jugábamos en el triángulo de La Fuensanta o en la plaza de Cañero. No era en este caso un concepto futbolístico, sino una obligación económica marcada, de nuevo, por el propio club. Se avisó, en cualquier caso. Y, como siempre, había que tapar la verdad apelando al enemigo exterior, a la posverdad. La realidad explotó en la cara, como no podía ser de otra manera, incluyendo el descenso alarmante de inversión en el equipo.

Tras pasarse en exceso con el cepillado económico, la amenaza de la Segunda B está ahí, patente. Y, como en el 2015, la respuesta es un estatuario a imagen de los conejos en la carretera, deslumbrados por las luces largas. Pedir ayuda sería reconocer el error que, siendo grave en sí, supondría otro problema: no poder cometer más «errores» con el cepillado. Pero mientras pensamos en nosotros mismos y viendo la que se viene encima, la pregunta es una que gusta mucho desde hace tiempo en el club: ¿Esta fiesta quién la paga?