El espíritu Bermejales es mandar un mensaje a las seis de la mañana desde la estación de Atocha, de empalmada, al amigo al que le prometiste hace tiempo que le acompañarías en el triatlón de Arenas del Rey. Es coger el tren, llegar a Córdoba, desayunar, coger el coche, 200 kilómetros, café, mucho café, y lanzarte al pantano, al pantano de Los Bermejales.

Es nadar sin dormir, pedalear sin dormir, correr sin dormir.

Pero sobre todo es compromiso. Tiene también un punto de locura, claro, -bueno, de mucha locura- y de ir contra las leyes de la lógica. Yo lo llamo el espíritu Bermejales, pero cada uno tendrá su propio lugar, su propio evento, su propia locura.

Piensen. Piensen en esa locura que además sirvió para hacer feliz a alguien. Piensen en ese día en el que mezclaron compromiso, locura e insensatez.

El espíritu Bermejales en el Córdoba se queda a medias. No hace feliz a nadie, pero tiene mucho de locura e insensatez. La locura de pensar que con esa plantilla se puede subir a Primera. La insensatez de aquel que no refuerza convenientemente el equipo en enero aún sabiendo que es un desastre.

- Hola, Javi, voy a coger el tren ahora. No he dormido nada. No sé si llegaré.

El espíritu Bermejales no promete nada en situaciones límites, pero no se queda estático. Actúa. El espíritu se fragua en torno a una duda: Quien recibe el mensaje piensa que le van a fallar, así que el espíritu Bermejales tiene mucho de sorpresa. De agradable sorpresa.

Para el Córdoba realmente habría que inventar otro espíritu. El opuesto. Cuando crees que ha tocado fondo, vuelve a superarse.

Ayer volví a ver el espíritu Bermejales. A las nueve y treinta de la mañana, tras una noche de Pegoletada (¿se acuerdan?, la fiesta de música hortera) y cerveza, sonó el teléfono.

- ¿Sigue en pie la salida de hoy?

Ni siquiera los maullidos del gato reclamando comida habían conseguido levantarme de la cama. Los huecos coherentes que quedaban en mi cerebro me pedían volver a taparme con el nórdico. La ropa estaba tirada por el suelo. La lógica huyó por la ventana. Pedí una prórroga de quince minutos para el café y la ducha y a las 10:15 tenía las zapatillas de correr puestas. Necesité mucha agua. Conseguimos terminar dos horas después.

Me gustaría explicarles a los que hicieron este equipo y nos vendieron el ascenso lo bien que se siente uno cuando no defrauda a quien espera algo de ti. Me gustaría explicarles que aunque ahora no pueda mover las piernas, tenga una ampolla y haya consumido doce litros de agua, puedo mirar a los ojos sin avergonzarme.

Así que animo a nuestros dirigentes a que el año que viene lo intenten, que hagan locuras, muchas locuras, aunque cueste un poco de esfuerzo y dinero.

¡Venga, prueben! ¡Venga esas locuras! ¡Fichen! ¡Fichen incluso centrales! Verán que subidón.