El estadio de El Arcángel abrió sus puertas el 8 de septiembre de 1945, el día que Douglas Mac Arthur, jefe supremo de las fuerzas aliadas en el Extremo Oriente, efectuó su entrada triunfal en Tokio; y las cerró definitivamente a competición oficial el 6 de enero de 1993, el día de Reyes Magos de hace hoy 25 años. Casi en la ruina, acorde al decrépito en el que se encontraba la tesorería del club, a las puertas de la bancarrota. Y eso que al infatigable Francisco Rojas, presidente aquel año de un Córdoba CF en estado de agonía, llamaba sin desaliento a la desesperada a la beneficiencia de la sociedad cordobesa. «No es justo que diez se dejen la vida trabajando mientras que 299.990 miran», clamó en las páginas de Diario CÓRDOBA. El club se moría. El viejo estadio ya lo había hecho.

Nada menos que con 47 años, una edad joven para vivir, pero tal vez decadente para una instalación deportiva que ya se alejaba de la funcionalidad de los incipientes estadios de fútbol enfocados a la captación de recursos paralelos y adaptados a las altas exigencias de una competición profesional cada vez más selectiva. Pero hablamos de una quimera entonces para un Córdoba no sólo en Segunda B, sino lastrado por una miseria inasumible incluso para los que Rojas bautizó en su día como los «presidentes ponedores». De hecho, cuando El Arcángel cerró sus puertas, lo que había en caja ni tan siquiera daba para pagar el 70% de la cuantía total de la nómina de la plantilla. Miseria.

Prieto, un trotamundos del fútbol, hizo los goles de la derrota con la que el Córdoba cerró una etapa

Pero centrémonos en la historia del viejo estadio cuyas cacofonías se empezaron a perder en el eco hace hoy 25 años. No le correspondió al Córdoba CF, sino al Real Club Deportivo Córdoba ser su primer anfitrión. A las siete menos cuarto de la tarde del día de la Fuensanta de 1945, el obispo de la diócesis de Orense, doctor Blanco Nájera, bendijo las dependencia del nuevo campo, antes de que ejecutase el saque de honor la niña Angelita de la Lastra, hija del entonces presidente del club, José Ramón Pérez de la Lastra y Hoces, a quien le corresponde la iniciativa de El Arcángel. Acto seguido, el colegiado Manuel Ocaña dio comienzo al primer encuentro sobre el llamado «estadio ribereño», que enfrentó al RCD Córdoba y al Sevilla, todo un Primera División. Formaron por los blanquiverdes: Martín, Medrano, Tinte, Ayala, Moreno, Guillamón, Arteaga, Yeto, Cheme, Muñoz y Polo. El Sevilla vino con su alineación de gala: Bustos, Joaquín, Villalonga, Alconero, Herrera, Eguiluz, Clemente, Arza, Acedo, Luiqui y Campos. A los dos minutos de partido, el malagueño Cheme recibió el balón de espaldas a la portería contraria y, a la media vuelta, lanzó un potente chut que el internacional Bustos no pudo impedir que se convirtiese en el primer gol de El Arcángel.

Cuando 47 años más tarde El Arcángel abrió por última vez al público para sentir las vibraciones de un día de partido, poco quedaba con vida de aquel orgulloso RCD Córdoba, salvo los colores blanquiverdes de la camiseta que prevalecieron tras su fusión con el San Álvaro en agosto de 1954 y tres nombres propios: Rafael García Repullo ‘Tinte’, Antonio Ayala Madrid, sobrino del torero Machaquito, y Baldomero Arteaga y del Real. Tinte protagonizó el primer gran traspaso del fútbol cordobés, nada menos que 700.000 pesetas de la época abonó el Atlético de Madrid por hacerse con los servicios del que fue también uno de los iconos del Electromecánicas, también ahora en año de efemérides. El 6 de enero de 1993 ocurrió como suele pasar en todas las despedidas, que son amargas. Pero es que el Córdoba, además, se plantó en un estadio que se caía a pedazos con multitud de heridas abiertas. El campo estaba muerto y su equipo furibundo. Y perdió por 0 a 2 con el Cacereño. Jugaron por los blanquiverde: Mayé, Ortega, Somavilla, Bravo, Fontán, Márquez, Vera, Barajas (Nandi, 45’), Mantecón, López Murga y Emilio Vega (Rafa Navarro, 72’). En el Cacereño lo hicieron Echevarría, Óscar, Chinto, Parra, Fernández, Barcala, Miguel Ángel (Pedro Pablo, 89’), Guerrero, Prieto, Víctor Cruz y López López (Raúl Pozo, 75’).

En la foto del sorteo de campo, junto a un capitán cordobés, Ortega, aparece un colegiado, el murciano Salinas Romero, que meses antes fue noticia al ser apedreado al acabar un partido de fase de ascenso contra el Rácing de Santander. Esa tarde, sin embargo, estuvo impecable. Al término de los 90 minutos los pañuelos blancos que afloraron en el graderío no lo hicieron como la puesta en escena de un dolido adiós, sino en señal de protesta, que no pudo acallar ni la percusión del tambor de Manolo el del Bombo, que vino a apoyar al Córdoba en un esfuerzo inútil.

Prieto fue el autor de los dos goles extremeños que subieron por última vez en el marcador. El madrileño Juan Manuel Prieto Velasco llegó a jugar en Primera con el Mérida y el Celta de Vigo en la década de los noventa y colgó las botas tras una temporada en blanco en el Elche en la campaña 2001/02 y una carrera de militancia en más de una decena de equipos de distinto pelaje. Sin pretenderlo, forma parte de la crónica negra de uno de los partidos más amargos en la historia del Córdoba CF. Un encuentro que incluso no debió haberse jugado en ese escenario. El estadio se encontraba pendiente de cumplir un partido de sanción por los incidentes que sucedieron durante un encuentro de Copa del Rey contra el Lugo, que dieron la vuelta a España ante la llamativa escena de un furgón de la Policía Nacional circulando hasta el centro del campo para poder evacuar al colegiado Nevado González, que estaba siendo literalmente lapidado desde la grada. A El Arcángel le cayó una sanción de un encuentro de clausura que jamás llegó a cumplir gracias a la habilidad con la que tanto Francisco Rojas como el entonces mánager general de la entidad, Miguel Ángel Portugal, se movieron para hacer llegar al presidente de la RFEF, Ángel María Villar, el mensaje de que la sanción y coartar la recaudación era echar más veneno en el vaso del moribundo Córdoba.

El partido no debió ni siquiera jugarse en El Arcángel, que estaba clausurado por incidentes en un duelo de Copa

Aunque Tolo Plaza (q.e.p.d.) dijo aquella tarde que no se le «podía pedir más a los futbolistas», quedó pendiente una deuda de honor. De ahí que Rojas decidiese dejar una huella para los nostálgicos que no llevase adosada la suela de la bota con la que el Cacereño había propinado una patada al casi medio siglo de historia de El Arcángel, y organizó el 28 de enero un programa de partidos en los que estuviesen representados el pasado, el presente e incluso un futuro que no estaba muy claro que fuese a llegar. Jugaron las categorías inferiores, volvieron a pisar la hierba de El Arcángel Tinte y Arteaga como representantes del 8 de septiembre de 1945, cuando empezó esta historia, junto a otros históricos como Sánchez Rojas, Luisito (que se desplazó desde su residencia en Holanda), Jaén, Manolín Cuesta, Juanín, Cruz Carrascosa, Coco, García Montes, Calero, Salas, Mena, Pedro Campos, Crispi, Alarcón, Escalante, Pepín, Mansilla…, que vieron hacer el saque de honor al que fuera presidente del primer ascenso del Córdoba a Primera, José Salinas, con el auténtico balón que abrió en Huelva las puertas de la gloria, que Litri conservó hasta el final de sus días. Por último, el Córdoba CF solventó el epílogo a 47 años de historia con un triunfo de un cuadro de suplentes contra un combinado de la provincia. El sevillano Bravo, que había llegado procedente del Extremadura, marcó de penalti el último gol en El Arcángel. La última foto oficial la formaron Montes, Martín Sáez, Bravo, Carrasco, Ponferrada, Garrido, Piochi, Falín, López Murga, Juan Carlos y Salvi. Sólo López Murga había sido titular contra el Cacereño.

«Aquí se han vivido momentos que serán irrepetibles», dijo Salinas, al tiempo que Francisco Rojas secaba las lágrimas al recordar el paradón que acababa de verle a un sexagenario Sánchez Rojas. «Para los que hemos sido niños en este estadio ha sido algo inolvidable», dijo el entonces presidente. Lástima que solo 800 personas fuesen aquella noche a echarle una última mirada a un El Arcángel que hace 25 años apagó por última vez sus luces.