Ayer se celebró el Día Mundial de la Radio. Mi particular celebración se produjo en la Ser, en su tertulia deportiva de cada lunes, pero empezó por la mañana, escuchando en la Cope a Carlos Herrera, Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo y José María García. Hoy o mañana, seguramente escucharé los podcast (bendito invento) de Canal Sur u otra emisora. No hay tiempo de todo, aunque alguno caerá.

Pero ya a las 9.05 de la mañana, escuchando a García, recordé juventud, admiración y los berrinches que, de madrugada, provocaba el periodista desde su Supergarcía. Cabreos por todo aquello que denunciaba o sometía a escarnio público. García transformó una información «de segundo orden», como era la deportiva en los 70 y los 80, en portadas de periódicos del día siguiente y de algunos telediarios, incluso. La mayoría de sus análisis eran polémicos, incluso antes de producirse la misma noticia. Como la conversión de los clubs en SADs, de los que habló bien en principio para luego atacarlas por convertirse en foco de especuladores. Durante aquella transformación, en aquel inicio, el Córdoba vivía en el fútbol amateur con ínfulas de profesionalismo. Llegaron los primeros ingresos por las TV y el Córdoba aún nadaba en el lodazal de Segunda B auspiciado por mecenas que soltaban el dinero a cambio de notoriedad social o de otras compensaciones. Esa mentalidad grupal en torno al pagador, aun en los albores del siglo XXI se mantuvo con el Córdoba ya hecho SAD. Un déficit histórico con respecto a otros muchos que aún sufre el club blanquiverde hoy en día en lo que a mentalidad se refiere. Piovaccari comentó tras el encuentro del domingo sobre la afición que «el Córdoba son ellos, cuando a los jugadores nos cambian, el aficionado sigue siendo del Córdoba». Hace 30 años no se podía incluir al presidente en esa variable, que dimitía en caso de fiasco o fracaso prolongado o también cansado de poner o, en último término, satisfechas sus compensaciones. Hoy en día, junto al aficionado, hay que incluir al propietario que, de forma parasitaria en no pocos casos, ha unido su destino a todo lo que representa el club... Hasta que él quiera o deje de existir el mismo. De ahí que esa dislocación entre club y SAD tenga un punto de romántica irrealidad. Porque lo que el cordobesista de hoy se pregunta sin encontrar respuesta (o no gustándole ésta) es ¿cómo salvar al equipo y al club teniendo como compañero de viaje en ese salvavidas a un propietario que acumula fracasos y medias verdades, cuando no engaños? ¿Salvar al enfermo junto a la causa de su enfermedad?

¿Escuchar a una afición y a una ciudad cuando no se ha escuchado ni a la misma patronal de los clubs? Porque esa es otra. Me creí lo de los límites salariales, lo de no acumular deuda, lo de no gastar más de lo que se tiene. Vale. Pero nada se habló de invertir todo lo que se tiene, de aportar lo que genera el club al césped -y no hablo sólo de los cuidadores del mismo-. Así que o la LFP crea un tope mínimo de inversión deportiva acorde a los ingresos de la entidad o el límite salarial deportivo no será sino lo que es hoy por hoy: un generador de beneficios para uno, para el dueño, que luego regateará más que sus propios futbolistas para no contar la verdad aun a costa del constante fracaso deportivo. Ya no hablo, en clave blanquiverde, de gestionar deportivamente la injustificada miseria económica, que de por sí daría para una dimisión en bloque de todo el que manda en el Córdoba. El reconocimiento de esto último por parte del actual club (o SAD, como quieran) se muestra en su labor de división ejercida al poco de su llegada. Una división que ha llevado a que la propia afición se pregunte si es mejor un descenso a Segunda B, si ello significa el adiós del actual dueño, que la permanencia en Segunda con él en el salvavidas. Como Aaron Ralston, el montañero atrapado en un barranco de Utah, que eligió cortarse el brazo para salvar la vida. La otra opción es eliminar al viajero indeseado, mostrar el desacuerdo más allá de éxito o fracaso deportivo (no sólo en este último) y, sobre todo, ser constante en mostrar ese desafecto, que no será sino el espejo que ha puesto por delante, casi desde el principo, la actual propiedad. Pero si la pelotita entra y el equipo se salva todo volverá a caer en el olvido, incluido el problema de fondo, y la enfermedad permanecerá ahí, latente, hasta la próxima crisis del Córdoba. ¿O habrá el mismo estado de ánimo el 11 de junio, con el Córdoba salvado (ojalá), que el que hay ahora?