Cuando se navega durante tanto tiempo entre la mentira y la media verdad suele ocurrir que, al final, suben los colores. A quien tenga decoro. Si Michi Panero decía, al referirse a sus hermanos, aquello de que «lo peor que se puede ser en este mundo es un coñazo», en lo que respecta al mundo del fútbol, lo más triste que te puede pasar es que sonrojes, que des vergüenza ajena, que los que están o deben estar contigo no tengan por donde cogerte, no atisben ni lo más mínimo para poder seguirte, ayudarte, apoyarte. Es, ni más ni menos, lo que le pasó a la grada de El Arcángel, ayer, cuando volvió a ver a su ¿equipo? siendo zarandeado por el colista de la competición. Pero si se busca la raíz del problema, el inicio de todos los males de este equipo y el germen de lo que está ocurriendo hay que mirar algo más arriba, como se lleva insistiendo durante toda la temporada.

Con una de las defensas más goleadas de la categoría se mantuvo en verano a sus dos centrales titulares, se firmó a un carrilero derecho de un equipo que descendió y también se mantuvo al único lateral zurdo más o menos potable de la temporada anterior, que cuenta con 35 años. Es decir, tres de los cuatro integrantes titulares de aquel equipo mantenían su hegemonía. Se firmaron tan solo a dos delanteros cuando se marcharon Florin, Xisco y Fidel, que anotaron más de 40 goles. Se mantuvo a un banda derecha de 35 años y se trajo como opción al «caprichito» del dueño, un jugador por hacer que había descendido a Tercera División. Por la izquierda no fue la cosa mucho mejor. Con todo ese tinglado no hubo rubor entonces en asegurar que ese plantel tenía que disputar el ascenso de categoría. Cuando lo que había dio su verdadero nivel, el club insistió y destituyó a José Luis Oltra porque, evidentemente, había que transmitir que ese equipo estaba llamado a grandes cotas, a cubrir el objetivo «que pone el fútbol español al Córdoba», en palabras del máximo accionista. En esa insistencia -no por ignorancia, sino por interés- en que aquello era un Ferrari y no un Panda (de serie), el club se llevó por delante al entrenador valenciano. Y lejos de incorporar un relevo con experiencia en la categoría, colocó a un hombre de la casa. De hecho, todos los movimientos en banquillos, desde el primer equipo hasta el juvenil, se han hecho con trabajadores que ya estaban en la casa. La misma insistencia en vender el supuesto Ferrari como en no realizar ni la más mínima inversión. Por cierto, la más baja de Segunda División.

Esa ha sido la femoral por la que este Córdoba se ha ido desangrando poco a poco. Aunque también ha habido arterias y capilares rotos que han influido en que el Córdoba sea hoy un serio candidato al descenso a Segunda División B. Sin olvidarnos del entonces director deportivo, el aspecto físico se venía denunciando desde la pasada temporada, aunque la borrachera provocada por los goles del rumano y aquel liderato que unos pocos anunciaron como efímero, impidió ver la que se le venía a este equipo. Lo mismo que esta temporada. El Córdoba de los medios partidos de entonces se ha convertido en el Córdoba de la media hora. Carrión, el viernes, lo admitió: problemas físicos y psicológicos. Habría que añadir, también, técnicos y tácticos.

La exigencia del colista. Esa era la premisa ante el Mirandés de un Córdoba que sigue marcando su línea descendente: dos puntos sumados de seis jugados ante el último y penúltimo de la tabla. Partido de 25 minutitos, con menos intensidad ya que los vistos, por ejemplo, ante el Almería. Con menos llegadas, con menos ocasiones, transmitiendo siempre la sensación de que este equipo va muriéndose poco a poco, en contraste con la tranquilidad que, en lo deportivo, muestra el propio club, en lo que todos adivinan como un claro fin de ciclo.

Dos disparos desde la frontal, uno a cargo de Markovic y otro de Aguza, así como un centro peligroso de Javi Galán fue todo el bagaje del Córdoba en 45 minutos contra un Mirandés al que se le vio, por momentos, incluso sorprendentemente cómodo, ya que los de Alfaro seguramente esperaban mucho más de su rival, que era el que de verdad se jugaba la vida en el envite. La banda derecha blanquiverde ya avisaba de lo que iba a ocurrir en la segunda parte, el juego por dentro era una quimera, con los mediocentros orillados siempre y lo poquito aparente lo aportó Galán.

La segunda parte ofreció lo que se esperaba. El Mirandés jugando cada vez con más frecuencia en campo rival, la banda diestra convertida en autopista, errores en los cambios y una pequeña lucecita que hizo salvar un punto. Una falta lateral botada por Javi Lara que era metida en la red, casi sin querer, por Caro entre las protestas rojillas. A partir de ahí sólo existió el Mirandés. Cabezazo de Guarrotxena que se iba alto por poco, un disparo de Sangalli que obligó a Kieszek a emplearse a fondo; Urko Vera, completamente solo en el área pequeña, demostró que lo suyo no es con los pies y, poco después, de nuevo aparecía Guarrotxena para toparse con el palo derecho de la meta defendida por el polaco. Finalmente, Urko Vera -bestia blanquiverde- anotó de cabeza en la última jugada del encuentro tras un saque de falta, lo que daba fin a un segundo tiempo en el que el Córdoba, descaradamente, metió el culo en área propia tras verse accidentalmente por delante.

Así, El Arcángel pasó por un tobogán de sensaciones: de algunas palmitas mezcladas con preocupación a una creciente indignación chapoteando en un mar de miedo. Es lo que produce este Córdoba sonrojante.