Thomas Preston era un tipo algo más que peculiar. Especial. La suya fue una vida de probabilidades. No tenía estudios superiores ni le habían interesado las matemáticas de una manera especial. Pero sabía de las experiencias de la vida, de las particularidades de las personas y de cómo conocerlas, de cómo entrar en su mente y sacar provecho. Una vez le dijo al contryman Willie Nelson que le podía ganar al dominó. Y le sacó 300.000 dólares. En otra ocasión se encontró con un entrenador de la NCAA de baloncesto y se apostó con él que podía ganarle en un concurso de tiros libres y, como siempre, él ponía las reglas. El entrenador aceptó y Thomas Preston eligió un balón de fútbol americano. Ganó. En otra ocasión, se apostó que podía golpear con un palo de golf una bola y lanzarla a casi dos kilómetros en cualquier escenario. Le aceptaron el envite. Eligió un lago helado. Y, lógicamente, volvió a ganar.

Si Thomas Preston hubiera estado ayer en el Nou Estadi no hubiera dado un duro por el Córdoba, probablemente. Quizás hubiera preguntado si Reyes iba a ser titular o no. Y aún así hubiera tenido sus dudas. Dudas que apenas tenía, porque llegó a acertar que en un grupo de 40 personas, dos de ellas cumplían años el mismo día.

Thomas Preston hubiera valorado las tres victorias consecutivas del Córdoba, el drama que tenía el Nástic en el Nou Estadi esta temporada, todo lo que había acontecido alrededor del conjunto blanquiverde en los dos últimos meses y, aún así, hubiera preguntado: «¿Juega Reyes?». Porque el utrerano es diferencial. Acostumbrados, muchos, a que un jugador muestre una línea constante de brillo y esos mismos se suban a su chepa, nuestro protagonista siempre se hubiera fijado en Reyes. El ‘9’ es diferencial. Mucho más que diferencial. Si no, que se lo pregunten a los jugadores granas hasta el minuto 39 del encuentro contra el Córdoba. Porque hasta ese momento, el que influía en el juego era él. El Nástic planteó un duelo de pata dura, pegajoso, de mucho corazón, de empuje, apoyado en su parroquia y esperando que al rival le pudiera eso: la presión, el grito desde la grada, el balón arriba peleado siempre en ataque por un incordio llamado Manu Barreiro para, finalmente, empequeñecer al Córdoba. Pero el conjunto blanquiverde es otro. Con sus limitaciones, por supuesto, pero reponiéndose a una primera mitad (larga) de campeonato en el que se veía a algún pusilánime, a algún que otro escondido, a más de uno al que se le buscaba el carácter sin encontrarlo…

Este Córdoba es otro. Lo pelea, lo lucha, sabe que es su momento, que merece mucho más que la pena hacerlo y que hay alguien detrás -¡por fin un entrenador!- que ni le deja caer ni le permite excusas. Pero con eso, siendo mucho para este Córdoba, no es suficiente. En esa pelea sin cuartel en el que a veces, muchas, se olvida hasta el fútbol, apareció él para reivindicarlo. Tomaba el balón Reyes y el Nástic parecía decir «ojo, cuidado». La transición ofensiva blanquiverde era del utrerano. Y la preocupación grana también. Entre tanto topetazo y balón al aire, entre tanta segunda jugada y rechace, Reyes lo volvió a hacer, calcando lo del Santo Domingo. Vio al canario, un capitán sin brazalete, para anotar el primero del Córdoba y, todos, apretar los puños. Entre tanto chapapote, perfume.

Acusó el golpe, lógicamente, el Nástic. Tanto, que el utrerano incluso buscó el gol hasta en dos ocasiones en dos preciosas acciones. Los locales respondieron con una volea de Fali y el Córdoba no se amilanó, porque hasta Loureiro buscó el segundo en una de sus sorprendentes incorporaciones al ataque. Pero Reyes dijo «hasta aquí». Notó un pinchazo, aparentemente sin gravedad y que no le impedirá estar ante el Oviedo, pero prefirió ser prudente. Con ventaja en el marcador y el descanso a la vista, había mucho hecho. Díaz de Mera no se mereció el partido. Ni por goles concedidos o no concedidos, ni por una expulsión que perdonó antes de los 20 minutos a Javi Márquez, ni por una segunda parte en la que sólo miró para un lado. Una segunda parte en la que el Córdoba sufrió de lo lindo. Por dos razones: la transición ofensiva visitante se fue con el utrerano y el Nástic continuó con lo suyo, con lo cual el Córdoba se vio embotellado, acogotado y asfixiado. No con muchas ocasiones claras, es verdad, pero sí con ese peligro continuo que representaba un equipo que, al fin y al cabo se está jugando la vida como el conjunto blanquiverde.

Y Kieszek tuvo que aparecer, lógicamente. Nada más salir de vestuarios con una carrera hasta el fondo de Tete que remató Barreiro y el polaco tocó lo justo para que el balón se fuera al travesaño. O fue al revés. El Nástic se creció y durante cerca de media hora cercó a un Córdoba que nunca vio una salida clara para el ataque. Los cambios de Sandoval fueron apaciguando las pocas línea de fuego que tenían los granas que, a seis del final, se volvieron a topar con un Kieszek en su línea, a mano cambiada, tras un disparo lejano de Cardoso. En la continuación, el segundo gol blanquiverde, obra de un Guardiola trabajador que encontró su premio. Un segundo gol que daba el triunfo del Córdoba, el cuarto, y que hubiera dejado a Thomas Preston con una sonrisa irónica. Él fue el que, cuando ya era apodado como «Amarillo Slim» dijo aquello de que «cuanto estás en una mesa y no ves al pardillo al que desplumar, es porque el pardillo eres tú». El Córdoba de Sandoval tiró del comodín de Reyes para firmar su póquer de triunfos y meter en la partida por el descenso a más de un pardillo. El Córdoba está embalado.

Ficha técnica

0 - Gimnàstic: Dimitrievski, Kakabadze, Pleguezuelo, César Arzo, Abraham Minero, Fali (Uche, min. 76), Javi Márquez (Tejera, min.46), Tete Morente, Omar Perdomo (Cardoso, min. 60), Manu Barreiro y Álvaro Vázquez.

2 - Córdoba: Kieszek, Loureiro, Quintanilla, Aythami, Javi Galán, Edu Ramos, Sergio Aguza (Fernández, min. 76), Sasa Jovanovic (Vallejo, min. 60), Reyes (Alfaro, min. 39), Narváez y Sergi Guardiola.

Goles:

0-1 (m. 25) Aythami, de cabeza en el segundo palo, tras una falta botada por José Antonio Reyes.

0-2 (m. 85) Sergi Guardiola, que superó en el mano a mano a Dimitrievski, tras ser asistido por Narváez.

Árbitro: Díaz de Mera (castellano-manchego), mostró amarillas a Márquez, Arzo, Fali y Tejera; y a Quintanilla, Kieszek y Galán, en dos ocasiones (min. 61 y 90), por lo que fue expulsado.

Campo: Nou Estadi.

Espectadores: 7.247 espectadores, unos 250 cordobesistas.