Lo mejor de no acudir a un acontecimiento público es que tienes la visión de muchos que te lo cuentan. Así, detalles que se te escaparían porque te ha tocado un pesado al lado que no deja de preguntarte obviedades, son relatados por otros. Algunos, desde su punto de vista. Otros, no admiten opiniones o valoraciones ajenas. El primer aspecto llamativo de la cita de ayer en El Arcángel hay que enmarcarlo en una ausencia, la de Carlos González. El todavía padre putativo de este Córdoba anda recibiendo llamadas insistentes de José Miguel Garrido que, lógicamente, ha rebajado notablemente sus iniciales ansias de tomar las riendas del club. También el ronroneo del León. A cada semana que pasa, el valor de este Córdoba va cayendo al ritmo de los bonos de deuda en el 2011 o 2012. Conoce bien González los mecanismos y el juego de la bolsa y sabe que lo que hoy vale 10, por ejemplo, pasados los días se puede quedar en ocho. O en siete. Y no hay tiempo que perder con celebraciones cuando no ha lugar.

No ha lugar y el propio presidente, su hijo, lo demostró. Mientras su padre se debate entre dos opciones y escaso de tiempo, Alejandro lanzaba a los presentes en el estadio un discurso de 122 segundos. Repitió hasta en dos ocasiones a sus empleados que «vosotros sois el Córdoba CF», recordó lo único bueno -ahí no hay discusiones- que tiene este Córdoba, que es su Fundación, sobre todo por su presidenta, María del Mar Muñoz, y finalizó asegurando que «mucho antes de lo que nos imaginamos estaremos celebrando éxitos». Éxitos no sé, pero celebrando... Ahí estoy de acuerdo con el joven presidente. Y si llega esa cercana celebración -será cercana o no será-, podría ver, si le interesa -que no- que el Córdoba CF es algo más que sus empleados. Bastante más. Pero eso entra ya en el mar de los sentimientos y, más que en ellos, en comprender los de los demás, empezando por los seguidores. Algo para lo que ha estado dramáticamente incapacitado este Córdoba.

En cualquier caso, antes y después de esos 122 segundos, el hijo del máximo accionista conocía -y conoce- la realidad de este Córdoba, de ahí que se afane en mostrar una cara comercial con contínuos mensajes huecos tomados de las redes sociales de otros clubs de Segunda División. Ni para eso da ya este Córdoba. Ni tan siquiera para un panegírico de difunto medianamente original. O sincero. O mínimamente serio. Por otra parte algo lógico. Ver a Cándido Cardoso con la misma corbata que hace unos años y haciendo bromas con jugadores sobre regates, ruletas o diversas suertes del juego deja a las claras otras dos cosas: una, que la inversión en profesionales nunca brilló en exceso, quedando en esta etapa final completamente en el olvido, incluso para mínimos, y dos, que se es consciente de que este equipo, tal y como está -en todos los órdenes- nunca saldrá de ahí. Los jugadores, muchos de ellos, son conscientes. Y uno en concreto ya comentó en esta semana que el Córdoba es «el club más raro y más abandonado en el que he estado en mi carrera». No hace falta decir que, en cuanto pueda -y podrá- el autor de la frase saldrá por piernas.

Para colmo, y por mucho que se hayan empeñado algunos desde dentro del club -incluidos capitanes-, la palabra «unión» queda demasiado grande. A diferencia de años anteriores, no hay nadie que coja el timón de un vestuario que, siempre, ha estado intervenido por la propiedad, convenientemente informado por diversos empleados que pululan alrededor del equipo, cuando no por varios de los jugadores.

De ahí que este Córdoba, por todo lo expuesto y más, se haya convertido ya en una patata caliente que quema en las manos del ausente, que intenta evitar que la línea del diagrama de cotización continúe marcando esa línea cuesta abajo que ya va por menos de la mitad de lo que señalaba hace un año. Esa corbata a cuadros es la nueva carta de (re)ajuste de este Córdoba. Tras ella, el espectáculo.