Un fuerte "buuuu" resuena en al final de Conde de Vallellano. El hotel Eurostar Palace, el oxidado , está rodeado de gente. La mayoría va ataviada con camisetas blancas y rosas. Se cuelan entre ellas varias blanquiverdes. Son las menos, pero están. Se baja del autobús Cristiano Ronaldo. Se desata la locura entre los miles de aficionados congregados. El astro portugués apenas levanta las cejas a modo de saludo. Se mete en el hotel para la decepción de todos. Es el Real Madrid. Está en Córdoba. Hoy se enfrenta al equipo local.

Antes, mucho antes, los forofos se van agolpando a las puertas del hotel. Hay dos frentes abiertos y hay que escoger bien: el hotel y la estación. Desde el mediodía llegan los primeros para coger el mejor sitio. Después el azar --o la logística del Madrid-- decidirá si el sitio elegido es el oportuno para la seguridad de la expedición merengue o si se han pasado unas seis horas en la calle para nada. Algunos tienen suerte y pueden ver a sus ídolos. Otros se conforman con verlos de espaldas. Y los que menos ocupan su localidad aun a sabiendas de que desde su posición poco van a ver.

Portan bolis, rotuladores, bufandas, banderas, pancartas, carteles... Cualquier cosa con tal de llamar la atención de los mediáticos jugadores. Junto a ellos, una manada de informadores también se esmeran por conseguir su mejor ubicación. La organización es considerablemente mejor que cuando vino el Barça en la Copa del Rey.

Puntual llega el AVE del Madrid. Quien más y quien menos intenta saltarse las medidas de seguridad para acercarse a los jugadores en busca del tan preciado selfie . Las carreras son tremendas. Comienzan a aparecer los primeros astros. Casillas y Ramos son los primeros en salir. Les hacen un guiño a las muchas cámaras que de repente han aparecido. Aparecen los primeros niños. La seguridad se esfuerzan en apartarlos, pero cualquiera hace frente a su ilusión. Salen para subirse en el autobús que los espera en la puerta. Hay un gran cartel que reza "Bienvenidos a la ciudad de la mezquita". Difícilmente lo ven. Se dejan querer por los aficionados. Firman autógrafos a unos cuantos. Ramos, Casillas, Arbeloa y poco más. El resto de la expedición apenas levanta la mano para saludar. Otros tantos ni tan siquiera se quitan los auriculares.

Pese a las primeras decepciones por no lograr ni foto, ni autógrafo, ni choque de manos, la masa sale corriendo para escoltar al autobús, comitiva de motos incluida. Es una estampida.

El paso del autobús es lento. Desesperante para el personal ajeno a lo futbolístico. Truenan los pitos y los aficionados tratan de llamar la atención de los jugadores como pueden. Algunos miran y otros van pendientes del móvil.

Llegan al hotel. Hay quien intenta saltarse la seguridad. La Policía lo evita. Sin más. Lo que no pueden evitar es que Sergio Ramos se acerque a una aficionada que gritaba su nombre. Se agolpan los aficionados y la valla de seguridad cede ante la presión de una veintena de aficionados.

Es lo más que se le ve a los jugadores. Los que están por la parte de Vallellano se conforman con ver el autobús y poco más.

Una chica con bandera colombiana llora desconsolada. Ha visto a James, pero termina entonando el himno del Córdoba. Es lo que queda. Solo los más afortunados se llevan una firma.