En el proyector, entre todas las fotografías que relatan el romance de la pareja, aparece una de Valladolid. Lorena aún no era cordobesista, pero acompañó a Carlos en el llanto. Se escapaba la Primera División. Han pasado tres años y ninguno podía sospechar que en su boda sus dos sobrinas vestirían de blanco y verde, ni que los más pequeños se pasearían por el baile cantando el himno del Córdoba, ni que apenas se notarían sus dos asientos vacíos en El Arcángel, porque este año hay gente de sobra.

Cae la noche.

Comienza el partido tras quince días de retiro. El himno llega desde muchos salones de la ciudad, la misma emoción de cada inicio. Pronto se desinfla. Malaguistas desperdigados por la grada no se cortan para gritar y celebrar. Por primera vez la pecera visitante está casi llena. El segundo gol casi ni se canta. Solo ha pasado media hora.

Silencio y resignación.

Tristes debates entre la afición. "Si es que somos muy malos: lentos, falta de calidad, intensidad, automatismos cero, ¿qué ensayan en los entrenamientos?".

El fondo trata de contagiar, pero nadie tiene ánimo. Balón al portero y primeros pitos. Nadie cree. Ni aquí ni allí. Ni en el estadio ni en la boda ni en el sofá. "He quitado la tele en el minuto 17". "Que echen ya a Ferrer; ha tenido tiempo y no ha demostrado nada". A las 22:48 horas llega la primera pitada de la temporada.

El Málaga se gusta. Hay bicicletas y olés desde la esquina de la preferencia alta. El resto del estadio sigue resignado. A las 23:28 se produce el primer tiro a puerta del Córdoba, al centro, sin malicia. El campo responde con una ovación que raya la ironía. Xisco le da una patada al aire que vuelve a provocar carcajadas.

No hay ganas de nada. Ni siquiera de saltar al grito de "¡sevillista el que no bote!". El único aliento llega de la afición foránea. "¡Córdoba es de Primera!". Pero nadie se lo cree. "Puede que no venga más al campo". Ni el gol de Ghilas en el descuento impide un sonoro abucheo para despedir al equipo. "¡Gástate el dinero!", grita un hincha al palco. Pero apenas queda gente para escucharle.

El desfile es lento y desesperante. Los coches pitan más de la cuenta. Pitan por pitar porque no hay espacio. "Menos mal que no he ido", dicen desde la boda. Mañana la pareja de recién casados se va a China. "Voy a desconectar", comenta el novio, al que no se le va la sonrisa, quizá porque no vio nada en el campo, solo un resultado engañoso.