Esto empieza a oler mal, muy mal. La imagen del equipo en el Nuevo Los Cármenes, sin entrar a valorar el resultado, fue francamente mejorable, con el añadido de que supuso una (nueva) decepción a una hinchada, la blanquiverde, tan fiel como cansada de tantos bofetones.

Ayer fueron unos 700 los que salieron desde Córdoba, rumbo a Granada, en un viaje de cuatro horas y 400 kilómetros, ida y vuelta. Un plan, a priori, sensacional, en una hora razonable de partido, y con un clima propicio para poder montar en el coche a toda la familia, pasar el día disfrutando de las tapas granadinas y las vistas desde la Alhambra, y buscar a media tarde el Nuevo Los Cármenes para arropar al equipo desde la grada. Pero a este Córdoba de Carrión los planes, de momento, no le salen bien.

Le puso empeño la afición blanquiverde, animada y muy ruidosa durante todo el choque, pero especialmente vistosa en los primeros minutos. El jarro de agua fría del primer gol de Darwin Machís no desanimó a los 700 valientes, que en cuanto el equipo se acercaba al área rival, animaban sin cesar.

Aunque, lamentablemente, no pudo ser. Uno tras otro iban llegando los goles de los atacantes rojiblancos, penalti fallado incluido, que hizo que más de uno se plantease coger el petate, mandar las pipas que le quedaban a tomar viento, irse para los vomitorios y buscar el coche para evitar atascos innecesarios. Y aquellos que lo hicieron acertaron de pleno, porque para evitar incidentes entre aficiones, los cordobesistas fueron retenidos media hora tras la finalización del partido. Tiempo de sobra para comentar lo vivido, apuntar a los responsables, comentar los posibles cambios para que la cosa vaya a mejor y, en definitiva, tratar de sacudirse la sensación amarga con cantos a la esperanza y a un futuro mejorado. Porque si algo es la afición del Córdoba es paciente y esperanzadora, a la mínima que le dan, entrega el doble, o el triple. Pero es que hay que darle algo…

Más que la derrota, lo que se lleva de vuelta cada uno de esos 700 aficionados cordobesistas a casa es la pena, mezclada con la rabia, de ver a un equipo que en ningún momento dio síntomas de poder levantar el partido. La idea que animaba a muchos a seguir al equipo, además del precio bastante competitivo de las entradas (diez euros, 20 con plaza en el autocar), era que el Granada no había ganado aún esta temporada. De hecho, no sabía lo que era vencer desde marzo, y acumulaba 19 partidos sumando empates y derrotas.

«No vamos a tener la mala suerte de ser nosotros los primeros en seis meses en perder con el Granada…» fue, a buen seguro, la frase con la que más de uno convenció a su amigo, su novia, su mujer o su padre, para lanzarse a la carretera a un viaje que, visto lo visto, fue suicida (deportivamente hablando).

Y si los desplazados a Granada lo pasaron mal, la experiencia no fue mucho mejor para los que se quedaron en Córdoba y vieron el choque en sus casas o en los bares. «Niño, ponte mejor el peliculón de ‘la 3’, que me estoy poniendo malo». Porque mira que las películas del sábado por la tarde son aburridas, tediosas, con decorados reutilizados, siempre con alguna desaparición, un misterioso accidente, una trama por descubrir. Pero al menos tienen eso, la intriga, el no saber lo que pasará. Que ya es más de lo que este Córdoba ofrece a una afición que afronta, cada partido, con la certeza de que se repetirán los mismos errores de una semana atrás