«Todo lo que soy y he sido se lo debo a él». Estas fueron las palabras que pronunció Manuel Benítez El Cordobés en el funeral de quien fuera su descubridor, Rafael Sánchez Ortiz, conocido popularmente como El Pipo. Aquel 16 de noviembre de 1987, el toreo le daba su último adiós a un personaje singular y un apoderado sagaz y osado. Hasta la capilla del Sagrario de la Catedral se acercaron también Manuel Cano El Pireo, Gabriel de la Haba Zurito, José Sánchez Fuentes y José María Montilla. «Don Rafael -dijo El Cordobés antes de su entierro en el cementerio de la Salud- era una buena persona y tenía un gran corazón».

El Pipo se aficionó a los toros desde muy temprana edad, e incluso buscó su oportunidad «por dehesas, cerrados y tentaderos». Trabajó en la cervecería de sus padres y vendió marisco por media España. Durante la Guerra Civil vivió una auténtica odisea y también hizo «fabulosos negocios». De hecho, «se enriqueció en varias ocasiones y en otras tantas se arruinó», según publicó CÓRDOBA tras su fallecimiento. Siempre tocado con espectaculares sombreros que le identificaban, vivió el mundo de la farándula y era conocido por todas las clases sociales. Amigo personal de Manolete, lo siguió por muchas plazas.

Fue en torno a los años 60 cuando descubrió y lanzó a la fama a quien se había de convertir en el torero más taquillero y revolucionario, Manuel Benítez. En torno a él puso en pie una campaña de publicidad jamás conocida. Desde el famoso Solo ante el peligro, con el que lo anunció en numerosas plazas, hasta aquel festival en una portátil instalada en El Pardo al que asistió Franco, pasando por la película Aprendiendo a morir. El Pipo supo engrandecer la figura de El Cordobés hasta límites insospechados.

Hasta el final de sus días dio muestras de su carácter rebelde, llegando incluso a escaparse del sanatorio donde estaba ingresado en Madrid. «Creo que su huida fue un último intento de evadirse de la muerte, precisamente por esa forma de ser tan libre y abierta que tenía», explicó su hija.