Más que un titular, casi suena a epitafio. «Córdoba ya no vivirá de espaldas al río». Así de rotundo tituló Diario CÓRDOBA, el 19 de noviembre de 1999, la información sobre el acto simbólico que inició la obra de encauzamiento del Guadalquivir y la reforma más ambiciosa de cuantas se habían hecho en el cauce del río a su paso por la ciudad de Córdoba. La entonces ministra de Medio Ambiente, la popular Isabel Tocino, y la alcaldesa, Rosa Aguilar, fueron las encargadas de dar el pistoletazo de salida a un proyecto que, no obstante, se había iniciado en el 92 y que se enmarcaba dentro de los planes previstos por el Gobierno central para mejorar la gestión del agua y de los ríos españoles. La regidora cordobesa tampoco dudó en ser rotunda en aquella ocasión: «Es un día importante para Córdoba», afirmó, y atribuyó el logro al trabajo de sus antecesores Herminio Trigo, Manuel Pérez y Rafael Merino.

Las obras tuvieron dos vertientes: una hidráulica y otra urbanística. La primera se ejecutaría con un presupuesto inicial de 3.902 millones de pesetas y perseguía evitar avenidas de aguas e inundaciones; y la segunda se haría de manera compatible con las actuaciones previstas en el plan municipal del río Guadalquivir, que estaban llamadas a revolucionar la fisonomía de Córdoba e incluso su histórico modo de vivir, efectivamente, de espaldas del río. Los trabajos de encauzamiento ensancharon el cauce 100 metros, con la demolición del antiguo muro de encauzamiento (aquel que durante años lució una hermosa pintada del Guernica) y la construcción de uno nuevo en el Parque de Miraflores.

También se creó entonces una isla frente al Jardín Botánico y se reformó el Cordel de Écija. Junto al molino de Martos se construyó un azud, se encauzó el arroyo Cantarranas, se dragó el cauce por El Arenal y se remodeló el entorno de la Calahorra, que años más tarde, con la reforma de Juan Cuenca, adoptaría su fisonomía actual. Además, se acondicionó la margen izquierda del paseo de la Ribera, entre los puentes de San Rafael y Romano.