El cantonalismo suizo es, quizás, la forma más original y asentada del federalismo. La federación de los USA, tan alabada por Tocqueville, se basa en un sólido presidencialismo compatible con las libertades propias de cada Estado. El federalismo de Alemania, nacido de una Carta --su Constitución-- otorgada por los aliados occidentales, vencedores del régimen nazi, es de los más modernos y funciona con exactitud envidiable. La URSS fue un aparente federalismo, gobernado por la suprema intransigencia del centralismo soviético.

Queremos significar con dichos enunciados que el Estado federal tiene variadas y dispares morfologías, aunque todas, cuando existe una sociedad plural, se asientan en un principio indispensable: las federaciones nacen del deseo de agruparse para ser más soberanos y para evitar las disgregaciones, los taifismos. Por tanto, y no es la primera vez que lo escribimos, sin tener una voluntad de unión, sino todo lo contrario, el federalismo es retórica o utopía de difícil concreción, sobre todo cuando no se explicita el modelo federal que podría implantarse. Federalismo, sin dar a conocer el régimen federal deseado nos parece pura abstracción. La consecuencia es que, cuando en España oímos hablar de federalismo --casi siempre en tiempo electoral--, sin especificar cuál sería más factible para plasmar la diversidad de regiones y nacionalidades, quedan en la oscuridad los motivos que existen para modificar el actual Estado de las autonomías --en esencia un cuasi federalismo-- que, si exceptuamos la duplicación --a veces, triplicación-- de las competencias, ha tenido un funcionamiento aceptable.

A nosotros el federalismo que más nos atrae es el de la República Federal Alemana pero, dadas sus características, sospechamos que los nacionalismos irredentos, que tienen en la disconformidad perenne su principal razón de hacer política, no lo querrían ni en pintura, ya que, dicho federalismo germano se rige por el Consejo Federal --equivalente de lo que debería ser nuestro Senado--, su cámara de representación, la cual en la actualidad tramita más del 60% de las leyes de la República y está compuesto por representantes --oscilan entre 2 y 5-- que eligen los diferentes Estados, los länder. Dichas cifras no son proporcionales ni a los habitantes ni a la extensión territorial. Así, por ejemplo, Bremen, una ciudad-estado con aproximadamente un millón de alemanes, cuenta con 2 representantes mientras que la pobladísima Baviera, el mayor land federado, tiene una representación de 5 miembros. Pero la característica más original del federalismo alemán es que, a la hora de las votaciones, los sufragios de cada Estado tienen que presentarse como una unidad, sin fragmentaciones partidistas.

Este somero análisis nos lleva a la conclusión de que aquí, un federalismo de parecida estirpe sería inviable, porque la llamada «asimetría», últimamente en candelero dialéctico, es sinónimo de insolidaridad. Una insolidaridad que desmonta la auténtica naturaleza del federalismo genuino y que, en el caso catalán, suele tomar a los andaluces por gentes subsidiadas que viven del cuento; pero olvidando explicar, tal hicieron en el siglo XIX con los famosos aranceles utilizados para potenciar su industria textil, que ellos, apenas se presenta la ocasión, como ha sucedido varias veces, adquieren las empresas andaluzas en dificultad para «deslocalizarlas», trasladándolas al Principado.

Ahora bien --y por último--, se modifique o no el Estado de las autonomías en sentido federal, es impresentable que siga existiendo el Título VIII de la Constitución, con una normativa de acceso a las diversas autonomías periclitada que, desde el principio, fue más propia de un reglamento que de la Carta Magna y, sobre todo, sin siquiera enumerar las entidades que se constituyeron hace cerca de 40 años y que configuran, desde entonces, el mapa autonómico.

* Escritor