Las mejores compensaciones a las inevitables amarguras, de distinto calibre, que nos va dando la vida, nos las ofrecen los buenos amigos. Es un privilegio dormir rodeado de cuadros y a orilla del Mediterráneo. Este año, como los anteriores, he ido a terminar la primavera en Almuñecar, en primera salida anual al mar, hospedado en el estudio de la pintora Inmaculada Montero, la inolvidable autora de magistrales nocturnos, y acogido por el matrimonio, que con ella compone el compañero de tantas cosas Carlos Gil García, que antes de irse de Córdoba dejó retratadas al pastel a casi todas las abogadas guapas, jóvenes de su tiempo, que eran muchas.

Pero los amigos nos satisfacen desde luego cuando nos dan, hospedaje y cariño por ejemplo, pero también, cuando hacen cosas valiosas, que provocan nuestro aplauso.

No hace mucho Federico Abad, a quien aprecio de verdad, y al que admiro como polifacético responsable, presentó un buen libro, un profundo, exhaustivo estudio, de la Barriada de Cañero, que propiciaron la donación del rejoneador y la visión realizadora de Fray Albino, nuestro último gran obispo. Es verdad que un buen grupo de profesionales y empresarios secundó la iniciativa episcopal, supliendo con imaginación y buena voluntad las carencias de aquella época franquista. Era tanta la pobreza de los materiales, que los vecinos no han dejado hasta hoy de reparar y reedificar. Prueban la multiplicidad de Federico su producción poética, más de una vez premiada, su narrativa -impagable el retrato novelístico del maldito don Bruno--, sus guías de ciudades, su Do Re Qué, --uno de los libros de aprendizaje musical más buscados--, su web... etc.

El barrio respondió muy bien a la presentación y yo disfruté con ella, aunque de pasada, aludí en un artículo que no la tenía como tema, a los dos cantantes-guitarristas veteranos que amenizaron el final del acto, cometiendo el gravísimo error de decir que los dos eran calvos, cuando en realidad solo era uno, lo que quizá indignó profundamente a la remitente de una carta al director, hija de uno de ellos. Claramente una chorrada. Lo importante es la bondad del libro y el apoyo popular del barrio a su presentación; lo del pelo de los músicos y su propia música son aditamentos radicalmente secundarios.

Ya digo que los amigos nos satisfacen por lo que hacen; un ejemplo, el caso de Federico y también, otro, un concierto de jazz, del que trataré después de una digresión introductoria.

Quizá fue Leonard Feather exagerado cuando escribió que «España es un desierto en el jazz». En todo caso ese desierto realmente tiene, y sobre todo tuvo o ha tenido, algunos oasis de jazz. Recuérdese que la batería aparece en Barcelona en 1919 y que el censor franquista «mandaba callar al trompetista demasiado estridente».

En positivo cabe recordar al pianista Tete Montoliu, al saxofonista tenor Pedro Iturralde y a Juan Carlos Calderón, en su día director de una big band. Músicos de clásica como los trombonistas José Chenoll o Sigfrido Vidaurreta, hicieron buenas excursiones al jazz, que ha merecido desde hace muchos años una hora diaria y nocturna en la admirable Radio Clásica, que tanto nos ayuda y nos complace a los melómanos. Jazz porque sí. En cederrons es posible tener y gustar en casa, desde hace no pocos años, a los clásicos del jazz, como Duke Ellington, y las figuras actuales, americanas y no americanas.

Córdoba , a diferencia de otras ciudades andaluzas, nunca tuvo un festival de jazz, lo que se explica porque la verdad es que los gustos musicales de los cordobeses son habitualmente horteras y malamente conservadores.

Por eso nos ha conmovido tanto la presentación días atrás, en el Teatro Góngora medio lleno, del disco de mi amigo el trombonista solista de nuestra orquesta Rafa M. Guillén and the jazz walkers. Excited sounds. Acompañado de grandísimos músicos, nos hizo disfrutar de lo lindo.

Para terminar transcribo parte de lo que escribo en el cuadernillo del disco, que firmo como presidente de la Asociación de Amigos de la Orquesta de Córdoba: «Por las venas del alma de este trombonista de la Orquesta Sinfónica de Córdoba circula la música toda: la mejor clásica y el jazz de siempre. Palpita en este disco, en el que el trombón es acompañado por un auxilio coral admirable, una música que se bebe a ratos a tragos cortos y a veces con real abundancia y que satisfará con toda seguridad tanto al oyente ocasional como al melómano de guardia».

* Escritor y abogado