Porque lo que se nos viene a la memoria es la imagen nítida de aquella escena con la ventana abierta a todos los españoles o a todo el mundo que tuvo la curiosidad de mirar. En otro tiempo, motivo de duelo, de venganza o a pistoletazo limpio. Entonces, en nuestro coloquio o debate, surgió sin, ni siquiera, ausencia de sonrisas dulcificantes, de cinismo, porque había que mostrar el gesto o la imagen conveniente. «Usted es indecente» . Pues aquello se repitió, sorprendió más al espectador que al que, supuestamente, se sentiría ofendido, que se limitó, en un intento de buscar apelativos para un equilibrio imposible en quien no había tenido responsabilidades de gobierno: el atacante había llegado primero y sorprendido, había disparado antes y, sobre todo, no desvelaba nada a los millones de personas que lo estábamos viendo; existían motivos para optar al nefasto título: indecente. Con el paso de los meses se ha ido comprobando que la «presunción de inocencia» hubiese sido un recurso para dilatar el triunfo público de la verdad. El indecente lo sabía mejor que nadie, por la gran masa de corruptos notables y, por fortuna para él, se sintió aliviado con el apoyo en las urnas de una mayoría de españoles. No importó la indecencia sino que importó más la conveniencia y también el miedo.

Mi padre, honrado político con Franco y gran humanista, capaz de dialogar en buen latín, solía decir que no solo se debe ser honrado sino que hay que parecerlo. Se sentiría escandalizado con tanta desvergüenza: desde el más insignificante político de pueblo a presidentes de Comunidad, de todos los españoles, y hasta personajes que representaron y, de alguna manera, representan a la Casa Real. Fiscales que, en lugar de servir al interés público, hacen de defensores de aquéllos con más representación mediática o influencia institucional. Porque, en derecho, hay matices que no entendemos los profanos y nos escandalizan.

Hoy, todo se sabe, pues todos tenemos ganas, posibilidades y, quizá, algo que decir; ya que puede ahogarnos el nudo con lo que nos parece injusto. ¿Cómo se castiga a una señora que usa la tarjeta ajena que encontró? ¿Por doscientos euros, un escándalo, una detención o una cárcel? Si sabemos de otros que tomaron millones, que los gastaron o escondieron y pasean en coche con sus abogados y hasta disfrutan de vacaciones con sus vidas como si fueran inocentes. Multas muy millonarias y el «presunto», con los artilugios jurídicos va tan campante y hasta desafiando a quienes les señalan como ladrones. «¡Dimite tú!». Además, tienen sus jaleadores, amigos incondicionales que encuentran argumentos para sus visibles inmoralidades. La gente los vota y con ello, los redime para que sigan con toda esta ponzoña.

«Presunción de inocencia». Y hasta que la justicia lo pueda decidir. Justicia que, con lo visto, no nos puede parecer imparcial y, por desgracia, nos envuelve en la duda. No somos iguales ante la ley. Eso es mentira. Tampoco lo somos ante el consumo y, ni siquiera, ante la enfermedad: todo se compra y lo mejor, en este mundo de precios, sigue siendo lo más caro.

* Profesor