El patio de recreo de un colegio de críos es el escenario más sublime de la vida. Ahora, desde hace unos días, su cemento se ha vuelto soledad, silencio, reflexión, tiempo muerto. Pero ya volverán en septiembre a ser los espacios donde los futuros dueños de la sociedad juegan con la inocencia del ser humano, sin tener todavía firmados débitos con otros compañeros. Casi siempre me he despertado con los gritos mañaneros de los chiquillos, diablillos que en cuanto pueden pegan voces. Para no acumular dentro malas sensaciones. Y piensas que al menos algunos miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, que han firmado el alto el fuego después de medio siglo, pudieron ir a aprender a colegios y jugar en sus patios de recreo; y miras a los carmelitas de Puerta Nueva, que ahora abandonan Córdoba después de 500 años, y piensas que esos frailes fueron chiquillos que alternaban su aprendizaje con juegos de recreo; y sabes que un día el ministro de las escuchas Fernández Díaz, Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera jugaron y se pelearon con compañeros suyos en la tierra del patio de recreo de sus colegios cuando en su mente aún no había aparecido el deseo de hacerse políticos. Por un patio de recreo ha paseado su infancia el Papa Francisco y todos los polizones que cuando se metieron en un partido político creyeron que una buena parte del dinero social que manejaban tenían que ponerlo a su nombre. Hace muchos años, cuando los corruptos eran niños, su vida discurría más o menos, según la edad, entre las enseñanzas de la Enciclopedia Álvarez y el catecismo y las carreras del patio de su escuela. Como el del resto de los alumnos de su edad. Luego cumplieron años, se echaron amigos, estudiaron en los espacios de los mayores y se olvidaron de aquella inocencia que los acompañaba siempre en los momentos de descanso de su colegio y en el Reino Unido decidieron votar contra la llegada de extranjeros a su escuela. Los patios de recreo son el espacio donde todos los seres humanos son iguales. Deberíamos volver a ellos con frecuencia por ver si retornábamos a la época del candor y la ingenuidad. H