Las mujeres avanzan por aceras calientes, con la piel afiebrada por una helada atómica. Eso es lo que parece que nos ha caído encima: una especie de invierno nuclear, no sólo en este frío que nos quiebra los pasos y la respiración, sino también en la misma comprensión del mundo. Lo decíamos ayer: ha ganado Trump, y la cosa va en serio. Su primera medida ha sido firmar el principio del fin de la reforma sanitaria de Obama. Pero también cientos de miles de mujeres han sido las primeras en echarse a la calle, como impulsoras de este movimiento, secundadas también por varios miles de hombres, llegados todos a Washington no sólo de todos los rincones de Estados Unidos, sino también desde Canadá y de México, el norte y el sur de la amplitud de campo que desplegó Walt Whitman en sus hojas de hierba. Su poesía fue el nacimiento moral de una nación, porque un territorio no es sólo sus fronteras, como se empeña Trump, sino también su aire de vecindad posible, esa transición entre las tierras que se hablan y viven un idioma común: el del paso y la vida, el esfuerzo total de un horizonte que se resiste a arder en ese viejo incendio de los odios latentes, con la hoguera en los labios.

Sólo un día después de su investidura, ahora sabemos que la manifestación de ayer es la más multitudinaria de la historia de EEUU tras la toma de posesión de un presidente. Fue ayer cuando escuchamos a muchas mujeres: como Scarlett Johansson, que representa quizá, a los ojos de Trump, un estereotipo de la feminidad que reivindica, con la anulación de su totalidad, su entera plenitud, como cabeza y como corazón, para reducirla a un objeto. Porque Scarlett Johansson, aunque le pese a Trump, no es únicamente su sensualidad rubia, sino una actriz que vive la pasión de encarnar una empatía común. Así, le advierte: ‘Presidente Trump, yo no le voté. Dicho esto, respeto que sea el presidente y quiero apoyarlo, pero primero le pido que usted me apoye a mí, apoye a mi hermana, a mi madre, a mi mejor amiga, a toda la gente que espera ansiosa a ver cómo su próxima maniobra puede afectar drásticamente sus vidas’.

No parece sencillo, porque lo primero que ha hecho Donald Trump ha sido trocear Estados Unidos, cagarse en los poemas de Walt Whitman, de Emerson y William Carlos Williams y resucitar el fantasma de los mítines nazis -que los hubo, para impedir la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial- en el Madison Square Garden de NY. Pero Scarlett no estuvo sola: Ashley Judd, Alicia Keys, Michael Moore y muchos miles más de mujeres y hombres. “No nos van a amedrentar y no nos van a silenciar. Nuestra América nos incluye a todos en nuestra preciosa diversidad y requiere que marchemos para protegernos, este es el momento de arremangarnos, de tener valor y salir preparados para trabajar”, dice Zhara -Azahara- Billoo, abogada y activista musulmana por los derechos civiles. “Podemos lloriquear o podemos luchar”, avisa la senadora demócrata Elizabeth Warren. “Y por eso creo que estamos aquí hoy. Cientos de miles de personas. Estamos aquí para luchar, hombro con hombro, por lo que creemos. Para luchar por la dignidad y el respeto hacia todos. Por la igualdad de oportunidades. Porque creemos en el cambio climático. Y porque no vamos a construir ningún estúpido muro. Porque creemos que la homofobia, la xenofobia y el sexismo no tienen cabida en nuestro país. Porque sabemos que igualdad significa igualdad: en el matrimonio, en el trabajo y en todo”. La actriz America Ferrera recuerda: “Nosotros somos América. Estamos reunidos aquí, en todo el país y alrededor del mundo para decir no al señor Trump. Rechazamos la demonización de nuestros hermanos y hermanas musulmanes. Condenamos el asesinato sistémico y el encarcelamiento de nuestros hermanos y hermanas negros. No pediremos a nuestras familias LGBT que retrocedan. No pasaremos de ser una nación de inmigrantes a una nación de ignorancia”. Ella, y 500.000 más. Una tempestad cívica en Washington.

El cambio climático y los derechos civiles ya han desaparecido de la web de la Casa Blanca. No, no tenemos a Jed Bartlet en el Despacho Oval. Ni a Obama. Ni a Kennedy. Ni a Roosvelt. Ni a Lincoln. Ni a Thomas Jefferson. Tenemos a Trump. Pero también la fuerza de estas cientos de miles de mujeres: porque la calidad democrática de cualquier país se mide por el desarrollo y la protección de los derechos de las comunidades tradicionalmente marginadas, como son las mujeres. Precisamente por ellas, Dios bendiga a América.

* Escritor