Cuando supo del escándalo sexual de Trump con unas prostitutas rusas se echó unas risas. Palmeó la espalda de su colega, un manotazo de esos bien viriles que hacen que se te atragante la cerveza. Ambos se descojonaron o se partieron el culo o algo parecido, bien de machotes. Su mujer también rio, le encantan los hombres con los cojones bien puestos. ¡Ocho años! Ochos años han tenido que aguantar a un tipo relamido con pinta de modelo. Ese negro que les pasaba la mano por la cara y se pretendía tan superior. ¡Y después la Clinton! Pero esa no coló, se les infló los huevos y se acabó tanta tontería. Al fin, han recuperado el poder. Vuelve el macho blanco. O, al menos, eso es lo que esperan quienes se criaron creyendo en la supremacía blanca y se han visto desplazados y humillados y, lo que es peor, ante grupos que ellos creían inferiores. Las decisiones políticas, económicas y sociales de Trump serán controvertidas, pueden ser nocivas para Europa y terribles para el mundo en general, habrá tiempo para diseccionarlas. Pero sin necesidad de mirar al futuro, la involución ya ha empezado. Trump y Putin se han erigido en tótems de una nueva supremacía que pretende patear décadas de lucha y logros en favor de la igualdad. La fantasía, casi erótica, de los que soñaron con un mundo de nuevo dominado por el estereotipo del hombre blanco heterosexual está a punto de cumplirse. Y todos vamos a sufrirla.

*Escritora