Hoy será, sin duda, un día histórico. Contemplemos la historia. El mundo dirige hoy su mirada hacia los Estados Unidos, donde se produce el relevo presidencial. La era Obama ha terminado; comienza la era Trump. Pocas veces un presidente como Obama despertó tantas esperanzas y perspectivas. En el verano del 2008 era un candidato singular, capaz de reunir multitudes en la puerta de Brandeburgo berlinesa, como si de un nuevo Kennedy se tratara, y un año después se le otorgaba el Premio Nobel de la Paz, no tanto por los méritos realizados sino por las ilusiones despertadas. Hace ocho años, Obama declaró que su filósofo de cabecera era el teólogo protestante Reinhold Niehbur, el hombre que en La ironía de la historia americana denunció las tentaciones del poder y puso en duda que EEUU fuera la «nación indispensable». Con el paso del tiempo, Obama dejó de mencionar a esta voz crítica de los años posteriores a la II Guerra Mundial, acaso porque un presidente no puede cuestionar abiertamente la política exterior de sus predecesores, si bien esto no le impidió marcar distancias con George W. Bush al retirar a las tropas de Irak a finales de 2011. Decisiones de este tipo sirvieron para que los adversarios de Obama compararan su política exterior con la de Jimmy Carter, considerado un hombre indeciso y un blanco de humillaciones. ¿Cómo respondió Obama a sus críticos? Presentándose como un admirador del presidente Eisenhower, que no quería llevar al país a guerras costosas e impopulares. Los analistas más conspicuos definen a Obama, como audaz y ambiguo al mismo tiempo, que pretendió alcanzar un complejo equilibrio entre intereses y valores. Ciertamente, las palabras de su última alocución reflejan una forma de ser serena y cordial: «No se trata de un drama. Creo que vamos a estar bien. Lo único que es el fin del mundo es el fin del mundo». Deja así abierta una puerta a la esperanza para el mandato de Donald Trump. Contemplemos la historia que cruza ante nuestros ojos, tantas veces atónitos y perplejos. No es que podamos hacer mucho. Pero, al menos, «pensemos y actuemos con nuestro granito de arena».

* Sacerdote y periodista