Volver al frío es sentir los sabañones de niño en las orejas cuando íbamos a la escuela y no podíamos apretar las manos de tan arrecías como estaban. El frío, que ahora es cosa de los telediarios y de los periódicos y se ha convertido en una sensación térmica, era el tiriteo de la infancia en aquellos años de postguerra en los que los colegiales no llevaban abrigos como los de hoy y sentían el invierno hasta que no llegaba el recreo, donde jugar al balón o pelearte generaba el ansiado calor. Del frío de aquella época solo se recuerda con cierta sensación de placer el día de la matanza, porque no se iba a la escuela y toda la mañana se estaba jugando con la vejiga del cochino al fútbol. Y por la noche, cuando el cielo se apagaba, se hacían teatrillos para completar la fiesta junto a la candela, muy generosa ese día.

Ahora, que hemos vuelto al frío de entonces porque Los Pedroches nos han dado cobijo por unos días, estamos comprobando que los pueblos vuelven a renacer --aunque su soledad sea excesivamente tangible-- y que se reclaman como entidades de presente y futuro en Fitur, donde el turismo se exhibe. El jamón de aquel cochino de la matanza, que comíamos en algunas merendillas y que nuestra madre partía con la navaja, lo presentan ahora cortadores estudiados en la Escuela de Hostelería como la gastronomía típica de la comarca de Los Pedroches y Villanueva de Córdoba lo ha reciclado tanto que para este fin de semana ha hecho una ruta de la tapa del cerdo ibérico y Alcaracejos lo escenificará en aquellas matanzas con frío de la infancia el sábado 28. Y aquellos cielos de cuando nos íbamos a dormir, que ahora he vuelto a sentir con la intensidad de una luna reluciente, han convertido su ancestral poesía en una certificación oficial de belleza por parte de la Unesco y de la Organización Mundial del Turismo a la que consideran Reserva Starlight, un título de honor para un cielo sin contaminación lumínica. Lo que antes eran guarros que chillaban al ser acuchillados al amanecer y noches congeladas en los pueblos donde el hambre se curaba con raciones de colesterol ahora son promociones turísticas de Fitur que en Madrid son escaparate estos días de alta sensación térmica. Tienen los pueblos en este tiempo de invierno una especie de desamparo cercano a la tristeza, al aislamiento y, algunos, al abandono que se traduce en las horas de la comida y la siesta en un silencio tal que hasta esconde a las personas, aunque le siente bien a la belleza medieval de Pedroche, que guardan las cigüeñas, y a las fachadas de tiras de las casas de Añora, donde los sillares de granito y el blanqueado de la cal han devuelto al pueblo su encanto de siglos. Aunque haga frío.