Pasado mañana celebramos el día de Andalucía.. Con este motivo vamos a recibir cantidad de mensajes diciéndonos lo mucho bueno que cada partido ha hecho por Andalucía, y lo mucho malo que han hecho los demás. Prescindiendo de esta polémica interpartidista, me gustaría poner por escrito lo que a mí me sugiere la palabra Andalucía, como fenómeno político.

Como esta es mi tierra, y esta es mi gente, la palabra Andalucía es algo que tengo clavado en el fondo de mi cerebro, poniéndome un poco cursi, diría también que en el fondo de mi corazón. Cualquier cosa o acontecimiento que lleve el nombre de Andalucía, o el adjetivo andaluz, no me resulta indiferente; llanamente, me apasiona.

Para empezar, se me ocurre partir de un presupuesto, los andaluces no somos ni mejores ni peores que el resto de los mortales. Además, los andaluces no somos todos iguales. Suele decirse, por ejemplo, que el catalán es trabajador y que el andaluz es ocioso. Pues no. Hay muchos catalanes ociosos, y muchos andaluces trabajadores. Y si fuéramos a medir el número de horas de trabajo por persona y día en Cataluña y en Andalucía, no me extrañaría que salgamos poco más o menos igual, a lo mejor Andalucía sale por encima de Cataluña en el ránking. Si la muestra de andaluces y catalanes que yo conozco es suficientemente representativa, a lo mejor no lo es, puedo decir que los andaluces que yo conozco personalmente trabajan más que los catalanes que yo conozco personalmente. No pretendo demostrar este aserto, simplemente sugiero que abandonemos los tópicos y razonemos con cierta objetividad.

La segunda cosa que debe quedar bien asentada es que desde que en 1980 se aprobó el Estatuto de Autonomía, Andalucía como fenómeno político y social, es algo completamente distinto a lo que era antes de 1980. Queríamos un parlamento andaluz, queríamos un gobierno andaluz, queríamos un presupuesto andaluz. Todo eso lo tenemos. Jamás Andalucía ha sido tan dueña de sus destinos como lo es desde 1980 para acá. Posiblemente habría que remontarse a la época del califato cordobés para hallar una autonomía igual o superior.

Existen voces que no cesan de predicar que la autonomía andaluza ha sido un fracaso, porque el gobierno autónomo andaluz no es tal gobierno autónomo, sino ejecutor de las órdenes recibidas desde la Moncloa. Yo me pegunto si lo que tales voces desearían es que el gobierno andaluz estuviera en un pleito permanente contra el poder central, o jugando en la cuerda floja de un nacionalismo centrífugo, como le ocurre al gobierno de Cataluña.

Una cosa es que hayamos conseguido con la autonomía todo lo que pudimos desear al votar el Estatuto en 1980, y otra cosa es que no hayamos conseguido nada. Con los pies en el suelo, no creo que la historia de la autonomía andaluza sea peor que cualquiera de las otras 16 autonomías existentes en España. Probablemente tampoco mejor. Lo que es cierto es que el panorama de los pueblos andaluces, de las carreteras andaluzas, de la enseñanza andaluza, de la sanidad andaluza, ha dado un paso adelante importante desde 1980.

Otro aspecto que me ronda continuamente la cabeza y que no acabo de comprender es el mensaje tácito o expreso que se difunde en ocasiones, dando por supuesto que el gobierno central con sede en Madrid es una especie de enemigo de Andalucía. Puede que tal mensaje tenga éxito político en Cataluña o en Euskadi, me parece que en Andalucía las cosas no van por ahí. Pienso que la misión del gobierno andaluz no es luchar contra el gobierno de Madrid, sino gobernar Andalucía, administrar con racionalidad los recursos escasos, en el margen de las competencias que le atribuye el Estatuto de Autonomía.

Por último, quisiera poner de relieve una doble dialéctica política que está en la calle. En este momento me parece que en el escenario político existen dos dialécticas diferentes: la que podríamos llamar dialéctica de la desigualdad entre ricos y pobres, y la que podríamos llamar dialéctica de los nacionalismos. La política por definición es una dialéctica de intereses. Los partidos políticos son organizaciones que ofrecen al electorado gestionar la administración del Estado dando prioridad a unos intereses más que a otros. Puesto que los intereses de los ciudadanos son variados, es normal que existan partidos con planteamientos políticos divergentes. Lo que nos podemos preguntar es si en el momento actual la dialéctica política que puede mejorar la sociedad es la lucha contra la desigualdad, o la de defensa de los nacionalismos. Como le doy más importancia a la lucha contra la desigualdad, asumo la definición del nacionalismo andaluz que hace ya tiempo dio Blas Infante: «Andalucía por sí, para España y la Humanidad».

* Profesor jesuita