La vida es una sucesión de decisiones que se van tomando en el devenir del tiempo. Unas desacertadas e incluso peligrosas que determinan el curso desfavorable en nuestra existencia y otras afortunadas que nos hacen con el tiempo echar la vista atrás y sentir que aquel minuto en que decidiste ese camino y no el otro, fue sencillamente maravilloso. También están las decisiones que no recuerdas el día ni el minuto en el que las tomaste porque para bien o para mal ya venían instaladas en tu código genético.

Cicerón, Ulpiano, Seneca, San Ivo... fueron abogados y este, además, «abogado de los pobres», patrón de la abogacía y en cuya tumba reza «San Ivo era bretón, abogado y no ladrón»; fueron abogados como Coke los precursores de la independencia judicial, o Portalis que alumbró el Código Civil francés, mezcla perfecta de Derecho Romano y Derecho Canónico bajo los principios revolucionarios de libertad e igualdad; otros abogados hicieron posible el fin de la segregación racial en EEUU como Marshall, esa que ahora la hace tambalear el recién estrenado presidente de tupé infumable --vean que se puede ser odioso sin ser abogado--; fue un abogado como Schuman el hombre capaz no solo de «soñar» Europa, sino también de convertirla en una realidad política sin precedentes; y Clara Campoamor, abogada, la que lucho por la defensa de los derechos de la mujer hasta conseguir el sufragio femenino en España; fue Couture, el abogado que nos ofreció una visión del Derecho Procesal al servicio de las garantías del justiciable --de todos- incluidos aquellos que no creen en la justicia; en fin, fueron abogados Lincoln, liberador de la esclavitud, Mahatma Gandhi, apóstol de la no violencia y el inigualable Mandela.

No recuerdo el instante en el que decidí ser abogada, porque creo que es de las decisiones que venían en mi código genético, será por eso que no me he arrepentido nunca de serlo, ni me ofende la opinión de los necios ignorantes como el Sr. Casciari cuando proclama desde su columna de El Mundo su «asco» hacia esta divina profesión. Para verlo cambiar de opinión solo habría que esperar a que su madre, o su hija, se vieran acusadas de un delito y entonces no duden de que saldría corriendo a buscar al mejor abogado que su bolsillo pudiera pagar. ¿Lo dudan?

* Abogada